Hay un oso en el lago
Por Carlos Rivera
Las lagunas de Buitrago son uno de los sitios más emblemáticos del Páramo de Chingaza. Altos frailejones sobresalen en medio de la neblina como delgados gigantes que con sus brazos abiertos te dan la bienvenida a una de las zonas más húmedas del páramo. Es el sitio que más he visitado en Chingaza. Su cercanía a Bogotá hace que sea el lugar idóneo para tomar muestras, probar métodos, ir de excursión y llevar a colegas que tienen poco tiempo, pero que quieren llevarse una impresión de nuestros ecosistemas de montaña. Al sitio se llega después de una caminata relativamente sencilla desde la entrada del Parque, por una antigua carretera construida para el mantenimiento de unas torres de energía y que ahora, en desuso, comienza a desdibujarse.
Llegamos bastante motivados y decididos a hacer un muestreo rápido. Esta vez el trabajo no tenía complicación; ya habíamos realizado un estudio similar el año anterior y solo tomaríamos algunas muestras nuevas. Inflamos sin tardanza el bote y lo pusimos en el agua. En ese momento, Denis lo divisó. Fue imposible contenerse al verlo por primera vez: todos dejamos escapar un sonido de emoción. Dudo que realmente pueda vernos, porque estaba a 200 metros de distancia; tal vez sólo nos olfateaba y escuchaba. Claudia había olvidado la cámara en la orilla, y Laura y yo estábamos ocupados con el bote, así que no pudimos hacer mucho. Jerson, Daivan y Michael (todos colombianos), decidieron caminar un poco por la orilla para acercarse al sitio donde había aparecido, en mitad de la montaña. El oso, que nos miraba, no tardó más de un segundo en desaparecer. Con la velocidad de su fuga, hubiera sido imposible darle alcance...

Una vez superado ese pico de emoción, decidimos seguir adelante con el muestreo, pero con el pensamiento puesto en la fortuna de haberlo visto. Pensábamos que con una historia de intervención reciente, y tan cerca del borde del Parque más próximo a Bogotá, resultaba sorprendente encontrarse uno en esta zona.
Veinte años atrás visité por primera vez el Páramo de Chingaza y las lagunas de Buitrago. Esa vez caminamos desde la capilla antigua de Siecha, pasando por las lagunas del mismo nombre y subiendo por una empinada cuchilla hasta encontrarnos con Buitrago. Recuerdo la humedad y el frío. Fuimos con Vladimir, un amigo de la universidad, a tomar datos para su tesis; teníamos un permiso del Parque para recorrer esos parajes y él estaba concentrado en estudiar la vegetación de esta zona repleta de turberas. Aunque nos encantaba la idea, no teníamos la menor expectativa de encontrar un oso. En ese entonces era más probable encontrarnos a alguien armado en la mitad de ese paraje helado. Aunque yo sí había visto uno en cautiverio: era un osezno; lo tenían en observación en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Nacional. Lo habían encontrado sin una mano… Pero los datos y reportes de osos de anteojos eran escasos en esos tiempos.
Después de la adrenalina del avistamiento, nos encaminamos hasta la parte central de uno de los lagos de Buitrago. Desde afuera no lo parece, pero es realmente un lago muy somero: no tiene más de un metro de profundidad. Cuando piensas en lo rápido que podría colmatarse (llenarse de sedimentos), te entra una sensación extraña. Si la erosión de la cuenca aumenta por la presencia de ganado o si las plantas de las orillas crecen más rápido por el esperado aumento de temperatura, el lago podría desaparecer muy rápidamente. Por un momento se esfuma esa imagen del paisaje hermoso, eterno y estático, y se convierte en algo efímero y extremadamente sensible ante cualquier cosa que hagamos.
Remamos hacia el centro y, cuando estábamos a unos 20 metros de la orilla, algo asomó la cabeza por encima de frailejones de dos metros de altura, desapareció y se asomó nuevamente. ¡Era el oso! Se fue acercando poco a poco, hasta que era posible verlo moverse detrás de la vegetación y levantando su hocico de vez en cuando. Llegó a unos 10 metros de nosotros, hasta donde solo había Sphagnum (un musgo que crece en suelos muy húmedos), y allí se detuvo por un momento. Creo que pese a vivir en una de las zonas más húmedas del planeta, también le dio pereza mojarse los pies. Parecía pensativo… Luego se paró en sus dos patas traseras, con las patas delanteras ligeramente flexionadas, y bostezó varias veces.

Empecé a pensar que nunca había leído instrucciones sobre qué hacer en caso encontrarse con un oso de anteojos. Internet está repleto de guías sobre cómo actuar cuando te topas con un Grizzly (Ursus horribilis) o un oso negro (Ursus americanus), pero no recordaba nada sobre un oso de anteojos (Tremarctos ornatus). Creo que si yo quisiera defender mi territorio me haría el grande y mostraría mi boca abierta y poderosa, tal como él hacía. Por supuesto, saqué mi cámara deportiva y tomé fotos. Tuvimos tiempo de hacer muchas. Lo que vino después fue como si te cogiera un rayo. El oso se sacudió la pereza, y empezó a venir hacia nosotros, saltando de un cojín de Sphagnum a otro, hasta que estuvo a unos 6 metros. Tal vez quería ver de cerca a esa nueva especie de homínidos sin piernas y que levitaban sobre el agua, o quizá no estaba muy contento con nuestra presencia. Habían pasado unos 20 minutos, así que la racionalidad se apoderó de mí y por el bien del oso (y, por si acaso, de nosotros), golpeé fuertemente la pala del remo contra el agua. El oso corrió y desapareció entre los frailejones y luego se paró a observarnos desde un mirador a mitad de la montaña, a unos doscientos metros. Allí esperó respetuosamente durante una hora, mientras acabábamos el muestreo.
Los biólogos creemos que no hay nada mejor que pasar las vacaciones en el sitio de trabajo. Así que unos meses después del avistamiento, el día de los Santos Inocentes hicimos un viaje con Ángela a Chingaza. De camino a la antigua mina de Palacio y al costado de la carretera, vimos otro oso. Esta vez tuvimos tiempo de detener el carro; el oso se levantó en sus dos patas para olfatearnos y luego se marchó lentamente. ¿Esos encuentros fueron el equivalente de ganarse un premio de la lotería? Realmente nunca he tenido mucha suerte, así que creo que algo ha cambiado durante los últimos veinte años: las medidas de conservación, los estudios sobre el oso, la definición de áreas protegidas y las nuevas leyes, son parte de las cosas que han cambiado en dos décadas.
Los avistamientos de osos comienzan a ser más frecuentes y ya no puedo presumir de haber visto uno dos veces. El oso es un emblema que representa muy bien el estado de conservación de nuestros ecosistemas de montaña. Si hay un oso en el lago, es porque el lago, los bosques y el páramo permiten que el oso esté allí, pero también son necesarios para que nosotros podamos vivir a unos pocos kilómetros de ese lugar. El agua, y muchas cosas más, vienen de estos sitios. Espero que en veinte años tengamos un instructivo sobre qué hacer ante eventuales encuentros con osos en la periferia de los municipios andinos, lo cual significaría, por supuesto, que muchos lagos, bosques y páramos habrían aumentado su extensión y estarían mucho mejor conservados.
Si visitas Chingaza, no olvides seguir todas las reglas del Parque, usa los senderos permitidos, cuida lo que ves y camina atenta y responsablemente; porque, de seguro, ahora hay un oso vigilando lo que haces.
Agradecimientos a Luz Teresa Valderrama por la revisión y edición del manuscrito.